El orgullo de trabajar y formar parte de un equipo (sexta parte)
Las relaciones humanas suelen ser la base del éxito o fracaso de muchos proyectos. La sintonía personal, la confianza mutua, la capacidad de delegar y/o asumir responsabilidades, el compromiso con el proyecto, las palabras, etc. son valores que creemos fundamentales y que marcan el futuro de muchas relaciones. Pero cada uno tiene una ponderación ligeramente distinta en cuanto a la importancia relativa que cada valor tiene respecto a los demás.
Si cambiamos de continente y nos vamos a Haití, esta ponderación cambia radicalmente, y más cuando tratas con personas con una formación educativa y situación social tan distinta. En este contexto, hay que tener presente que quien primero debe esforzarse en entender a la otra parte, eres tú. Acabas de llegar a su país y necesitas el entendimiento entre ambas partes, para poder avanzar la obra y hacerlo organizadamente.
El primer reto de la obra era encontrar personal: albañiles y encofradores, inicialmente. Electricistas y lateros, ya los buscaríamos en una segunda o tercera fase. A la mínima que hicimos correr la voz que empezaba la obra, las colas de interesados en trabajar no parecían tener fin. Desgraciadamente, de cada 25 personas que nos vendían, 24 nunca habían cogido una paleta o cortado una madera de encofrar. El idioma no era problema, ya que muchos habían aprendido castellano trabajando “de lo que fuera” en República Dominicana o en Cuba, y el criollo haitiano tiene una base francófona muy clara. Emprendedores cubanos que habían saltado de isla para intentar una carrera empresarial fuera de su país también salían de debajo de las piedras, pero nuestra intención era contratar el mayor número posible de haitianos posible para conseguir la máxima integración y aceptación en el entorno.
Los chóferes que contratamos inicialmente, gracias a la gente de la Cruz Roja Española destacada en el país, nos hacían de intérpretes y de asesores también a la hora de elegir a los colaboradores en la obra. Al poco tiempo, también detectamos que sus intenciones no se limitaban a la simple asesoría desinteresada, sino que buscaban también cierto reconocimiento remunerado entre los locales que acabábamos contratando nosotros. Había que estar muy atento a estas malas prácticas que podían generar conflictos de intereses y jerárquicos dentro del grupo.
Una vez formamos equipo, comprobamos que la adopción de métodos de trabajo aceptables bajo nuestro criterio no sería fácil. Y no sólo hablamos del nivel de calidad y buena ejecución exigibles a los trabajos realizados. En el campo de la Seguridad y Salud, en ningún caso podíamos admitir trabajar bajo unos estándares distintos a nuestros habituales de aquí, pero hacerles entender la necesidad de pensar y dedicarle cierto tiempo antes de empezar a producir, no fue tarea sencilla.
Aunque, por otra parte, era encomiable ver la facilidad y rapidez con la que todo el personal integraba el uso de los EPI más básicos en la obra. Incluso gran parte de ellos salían de su casa ya adornados con casco, el peto reflectante y los guantes, y caminaban equipados hasta la obra, como muestra de orgullo por haber conseguido trabajo.
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